Yo era una ingenua estudiante en el año 2005. Alquilaba un departamento con otras chicas en San Luis, y los días rutinarios se multiplicaban lejos de casa entre fotocopias y fechas de parciales. Un día, una de mis compañeras de convivencia llegó de su pueblo en colectivo y, agitada, luego de subir la escalera, me preguntó si yo permitía que dos israelitas entraran al departamento, que se los había encontrado en la terminal y que, bueno, estaban ahí afuera en la vereda sin saber adónde ir. Sin entender, le dije que por qué no iban a poder pasar…? imaginándome que les debía convidar agua a dos hombres de rulos, barba y túnica blanca… sepan disculpar, esa era la imagen que yo tenía de personas israelitas.
Resulta que luego de la gestión de mi amiga, Omer y Meny se presentaron en la cocina con sus enormes mochilas, ropa de trekking y facha de coordinadores de viaje de estudio. Hablaban en hebreo y en inglés, por lo que yo solamente alcanzaba a entender lo que mi amiga (más instruida en inglés) podía traducirme. Le preguntaban por qué mi nombre era Yamila, que cómo me habían puesto un nombre árabe viviendo en Argentina (¿...?) Y yo debí decirles que tenía ascendencia libanesa, lo que podría haber sido una barrera infranqueable con estos extranjeros, pero aun así se quedaron.
Luego llegaron las otras chicas convivientes, y durante los días que estuvieron pasamos unas vacaciones impensadas, llevándolos a conocer las sierras puntanas en los minibuses desarmados que circulaban en ese momento, improvisando picnics de mate y tortas fritas. A las pocas horas de compartir con ellos, la comunicación no tenía barreras idiomáticas. Me acuerdo que hacía poco mi papá me había comprado un grabador de periodista, de esos que llevaban un caset minúsculo. Y ahí cerca del río, les pedí que cantaran algo para que me quedara registrado cuando se fueran.
Omer y Meny habían caído ahí por antojo del mapa, confundidos con la extensión de la Argentina y tantos paisajes diferentes. Estaban cumpliendo su año de viajes, luego de haber salido del servicio militar, y a nosotras, que apenas podíamos viajar tres o cuatro veces por año de San Luis a Pico, nos invitaban a Israel. Siguieron su expedición tercermundista con cámaras digitales que les robaron en Salta, creo que supimos de ellos hasta que llegaron a Bolivia y ya después les perdimos el rastro.
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En el año 2009, todavía no era tan popular Facebook en estos lugares, y yo había descargado una aplicación que me resultaba súper novedosa, que te permitía hablar con gente de otros países, era Skype. Tenía una lista de contactos desconocidos, la mayoría árabes, porque quería practicar el idioma de mi abuelo, que durante dos años había ido a aprender a la Sociedad Sirio Libanesa de San Luis. Así conocí a Houtaf, quien aceptó con enorme paciencia interactuar conmigo, que fallaba en la escritura fonética del árabe cada dos frases.
El sueño de Houtaf era poder venir a la Argentina para presentar su orquesta en el Teatro Colón. Él era un pianista y compositor libanés, y su mujer ucraniana tocaba el cello. Viajaban mucho, me contaba que en su casa de Líbano vivían solamente tres meses por año.
Mantuve el contacto virtual con este músico por aproximadamente dos años, y luego, por esas cuestiones de migrar a otras redes, de olvidarnos contraseñas de acceso, no volví a saber de él.
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Ni los viajeros israelitas ni el compositor libanés trataron de imponerme alguna idea, y considero que la diferencia era un aspecto fundamental para construir un diálogo interesante, la diferencia de culturas, idiomas, status, creencias, oficios, eran motivo de asombro, de algo positivo que me enriquecía y que, incluso, le daba más valor “al otro diferente”. Para ellos, era yo “la otra diferente”, y aun así se produjo la puesta en común.
Aquí podría apelar a mi costado ficcional y terminar este texto a modo de comedia, relatando que mis extraños conocidos de Israel y Líbano vendrán a visitarme para Navidad a conversar en una misma mesa; o a modo de tragedia, contando que los de un lado y los del otro han muerto en distintos bombardeos. Tristemente, la segunda es quizás la más creíble.
Lo cierto es la incertidumbre. No puedo corroborar si viven. Llevamos casi dos años de guerra en Ucrania, y casi dos meses de guerra en Medio Oriente. Digo llevamos, porque no me es ajeno el monstruo. Se me ocurrió buscar en Youtube a Houtaf, y su último video está subido en enero de 2023, así que tengo esperanza de que viva, el nombre de la melodía es “Out of the void”, en español: “Afuera del vacío”.
Mientras, la canción de los judíos que trascendió el pequeño casete y todavía está mi mente, dice: “Shema Israel, Adonai Elohinu, Adonai ejad”, en español: “Oye Israel, el señor tu Dios, el señor es uno solo”. Y aquí, en esta Argentina de dos bandos, en donde la información se fuerza para construir al enemigo, para luego identificarlo y destruirlo, te pregunto: ¿cómo detener una guerra?
(* )Licenciada en Comunicación Social.