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  DOMINGO 13/10/2024
Un cuento sobre el robo del Salado fue premiado a nivel nacional
Estudiantes de sexto año de la Escuela Nº 102 “Silvio Bianchetti” de Puelches, fueron seleccionados en el primer puesto de la región pampeana en “Alumnitos”, un concurso literario nacional.

Los alumnos Yuthiel Franccesco Candia, Camila Jackeline Aylén Saucedo y Juan Gabriel Ferreira Viano escribieron el cuento “Chadileuvú, el río que llora”, que resultó seleccionado en primer lugar en la región pampeana.

El certamen “es un concurso de escritura de historias, donde invitamos a chicos y chicas de todo el país, junto con sus abuelos, a conectar con sus mitos, leyendas, héroes regionales, así como historias personales sobre su pasión por el deporte, para encontrar en todo eso soluciones milenarias ante problemas actuales”, detallaron desde la organización.

Se seleccionaron los tres primeros puestos para seis regiones del país (CABA/Buenos Aires, Pampeana, NOA, NEA, Patagonia y Cuyo).

El cuento presentado por las y los alumnos de Puelches se llevó el primer puesto de la Región Pampeana. El tercer puesto también fue para la provincia, con “El ranquelino”, obra escrita por alumnos de la Escuela Nº 17 de Intendente Alvear.

La Escuela N.º 102 de Puelches recibirá como premio una computadora Laptop con 4GB de RAM y disco de 256 GB y una Tablet. El 11 de noviembre, representantes de la escuela viajarán a Buenos Aires a recibir el premio.

 

“El río que llora”

“Cuenta la historia que en un lugar llamado Puelches había un río llamado Salado. El lugar era agreste, en el mes de agosto soplaban fuertes los vientos que traían historias de los antepasados, las lluvias escaseaban pero el río le daba vida.

Al llegar el verano todo era una fiesta, los tamariscos se vestían con sus mejores trajes verdes y rosados, las jarillas y las margaritas pampeanas perfumaban las mañanas, abundaba el agua cristalina, donde los peces de brillantes colores nadaban, saltaban y jugueteaban entre las piedras. Los zorros, pájaros, jabalíes, liebres, patos y gallaretas disfrutaban de ella, brindando un espectáculo digno de admirar.

En ese suelo, Puelches, al sur de La Pampa, vivía la tribu del cacique Ñancufil Calderón. Este era un hombre alto, fuerte, serio, valiente, guerrero, respetado por su comunidad y zonas aledañas.

La vida transcurría tranquila, los hombres todas las mañanas salían a cazar para traer el sustento a sus familias. Ahí podían encontrar guanacos, ñandúes, liebres, vizcachas y pumas, los cuales se convertían en presas fáciles cuando Ñancufil y sus hombres usaban las lanzas que ellos mismos hacían, empleando lo que les ofrecía la naturaleza, como por ejemplo, las piedras de las sierras.

Ellos amaban y respetaban a la madre Tierra, solamente cazaban lo necesario para comer. Mientras que las mujeres se encargaban de cuidar a los niños, de acarrear la leña para los fogones o rescoldos donde cocinaban. Además de confeccionar su propia vestimenta, construían las tolderías, que eran toldos también hechos de cueros, jarilla, huesos, etcétera.

Vivían en la tranquilidad del desierto, donde el río transformaba en oasis la región, los niños disfrutaban, pescaban, se bañaban y jugaban.

Un día eso cambió, ya que otra tribu llamada los huincas, “los blancos”, habían tapado el paso del agua, río arriba. La mansa tribu fue a pedir por ella. No hicieron caso a su pedido, lo intentaron muchas veces en forma pacífica pero todo fue inútil.

La tribu de Ñancufil estaba muy triste, ya que los animales habían emigrado a otros sitios donde abundaba el agua y pasto tierno para alimentarse, ya no quedaban peces, ni árboles verdes, también los pájaros se llevaron sus trinos muy lejos.

El cacique se reunió con los suyos para pensar cómo lograr que aquellos hombres devolvieran el tan preciado tesoro. Varios días pensaron y pensaron cómo atacarlos. Fue así que los mejores lanceros fueron con caballos, boleadoras y cuchillos de piedra. Los blancos también fueron a caballo, pero con armas de fuego. La pelea fue muy dura y cruel, al final del día pudieron derrotar a los invasores, para luego desbloquear el cauce de su amado río, además, se llevaron con ellos una hermosa doncella, la hija del capitán López, llamada Elvira.

Con el pasar de los días, a pesar de su resistencia Elvira, pudo ver en Ñancufil, un hombre fuerte y rudo, que la protegía, sentía que a su lado nada malo le pasaría. Así fue que se enamoró locamente de Francisco. Las deidades le regalaron un precioso hijo al que llamaron Aukán, que en Mapuche significa guerrero.

Aukán se crió como todos los niños de la tribu, correteando entre los árboles, chapoteando y nadando en las costas del río, trepando las bardas del río.

Un día como tantos otros, en que su mamá lo acompañó al Salado para que jugara con los peces, los patos que allí se encontraban, Aukán comenzó a alejarse de la orilla y la correntada se lo llevaba. Su madre lo llamaba con desesperación: -Aukán, hijo mío no te alejes- mientras corría por la ribera. Elvira, desesperada se sumerge en el agua para alcanzar a su hijo. No puede lograr encontrarlo y exhausta, sus fuerzas se agotaron y se dejó arrastrar por la correntada, nunca más se supo de ella.

Mientras que Aukán, logró salir del río abrazado a unos troncos. Grande fue su tristeza, cuando comprendió lo ocurrido. ¡Extrañaba tanto a su mamá!, no podía entender por qué ese río tan hermoso se la había llevado. Estaba muy enojado por haberle quitado a quién más quería; entonces en su dolor, inició un ritual junto a las machis de la tribu, sacrificando un caballo blanco para que el Dios Chachao o Soychu, equivalente a un Dios Sol secara a esas aguas “malvadas”.

El dios le otorgó el pedido, y desde ese momento todo cambió... lo que recordaba de su infancia, no era lo que veían sus ojos, los vientos de agosto soplaban con fuerza formando una nube de sal que hace llorar a cualquiera que se pare enfrente, no se ven patos ni gallaretas, todo es desierto y sal.

Fue en ese momento en que Aukán, ya convertido en hombre, comprendió la importancia del agua, y que por venganza había cometido un grave error. Se sintió tan avergonzado, egoísta, lloró amargamente por su actitud. Por lo que decidió, volver a invocar a su Dios para que el paraje volviera a ser aquel oasis tan lleno de verde y vida.

La divinidad quiso darle una lección por haber actuado de manera tan egoísta con su propio pueblo, es por ello que lo maldijo, dejó correr poco tiempo el agua por ese hermoso cauce, para después permitir que otros hombres, en otras épocas, despojaran al Salado de su antiguo esplendor.

Lamentablemente, es hasta el día de hoy, que nosotros los habitantes de la zona, sufrimos junto a la flora y fauna las consecuencias de aquel impulso egoísta, además de seguir esperando que la mezquindad de algunos hombres no permitan destruir la vida, naturaleza, así el río volverá a correr”.

(La Arena)

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