No cabe duda de que intentar ordenar un país devastado por veinte años de kirchnerismo/peronismo es un enorme desafío.
El gobierno ha obtenido resultados positivos en áreas importantes, aunque también emite señales que preocupan —y mucho—.
Independientemente de la opinión de cada uno, hay un dato objetivo: luego de un año y medio de gestión, cuenta con un amplio apoyo ciudadano, a pesar de la dureza del ajuste.
Pero también es un hecho que, con demasiada frecuencia, el presidente, en su convencimiento de poseer la verdad absoluta, utiliza un lenguaje violento y desata una catarata de improperios hacia quienes se animan a manifestar un punto de vista diferente. Improperios luego replicados y amplificados por sus seguidores más fanatizados a través de las redes sociales.
En diciembre de 2024, durante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), Milei afirmó:
"No hay lugar para quienes reclaman consenso, formas y buenos modales. Las formas son los medios; se las evalúa según su efectividad para alcanzar determinados fines. Y hoy, someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente. El fuego se combate con el fuego (...)"
Comparemos este texto con otro que Milei repite como un mantra:
“El liberalismo es el RESPETO irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de NO AGRESIÓN (…)”.
Menuda contradicción, ¿verdad?
¿Respeto y no agresión, o no hay lugar para los buenos modales?
¿Cuándo dice lo que realmente cree?
Es evidente; actúa de acuerdo a lo que expresa en el primer texto. Las formas no importan.
La segunda definición, lamentablemente, ha quedado como una muletilla vacía de contenido.
¿Es cierto que solo importa el contenido, como sostienen los libertarios?
¿Qué expresan las formas?
Veamos:
Hasta principios del siglo XX, el ser humano se definía como un ser racional, relegando las emociones a un segundo plano. Sin embargo, los avances de las neurociencias y la psicología han demostrado que somos seres emocionales que razonan.
Desde esta perspectiva, podemos asociar el contenido a la razón y las formas a la emoción.
Siempre estamos en una emoción, siempre razonamos, nos expresamos, actuamos, desde una emoción. Todo el sistema racional tiene un fundamento emocional.
Por lo tanto, al sostener que sólo importan los contenidos —la razón—, el presidente nos propone retroceder a ideas ya superadas hace varias décadas.
El desarrollo del lenguaje —y con él la capacidad de dialogar, debatir, abstraer ideas, reflexionar— es lo que nos distingue como especie y lo que nos elevó del mundo animal.
Esta formidable herramienta, creadora y sostén de lo humano, resultado de miles de años de evolución, no puede ser rebajada al barro del agravio por quien ha sido elegido para ejercer la más alta investidura de nuestra Patria.
Algunos podrán argumentar que, ante el sufrimiento de tantos compatriotas, las formas pierden relevancia si el gobierno logra acertar en lo económico.
No comparto esta postura. Creo que el presidente confunde firmeza con agresividad. Se puede ser firme y respetuoso al mismo tiempo.
Somos una sociedad demasiado lastimada para seguir con discursos que solo alimentan el rencor.
Se trata de salir del desastre heredado, dejar atrás el robo institucionalizado, generar riqueza, crear una sociedad equitativa, pero también de avanzar hacia una sociedad educada en valores, donde prevalezcan el respeto y la tolerancia.
En síntesis: el presidente, dicen, es un hombre muy formado académicamente (contenido), pero no ha desarrollado la capacidad de gestionar sus emociones (formas).
No es un tema menor; justamente porque es el presidente y su lenguaje agraviante permea a la sociedad toda.
Las formas son la base que da sustento a la razón.
Sin respeto mutuo, lo humano se debilita.
Forma y contenido son dos caras de la misma moneda: ambas necesarias para caminar hacia una sociedad donde prime la tolerancia, el respeto al prójimo, la justicia y la equidad.
Mario Brinatti