Coco tenía 75 años y hace tiempo le venía ganando a una afección coronaria. Dio positivo de Covid-19 hace unos meses y se recuperó y volvió a su casa tras estar internado en los contenedores del Centeno.

Tuvo algunas semanas de plenitud, pero luego comenzó a desmejorar en forma lenta hasta que en los últimos días sus órganos y su voluntad dijeron basta. Falleció en la tarde del viernes en la clínica en la que estaba internado.

Se fue en paz, rodeado de sus familiares más cercanos, que pudieron despedirlo con todo el cariño y el amor que le profesaron toda su vida, aun en los momentos más difíciles.

Porque Coco, hay que decirlo, fue un personaje que vivió la vida a fondo, que pasó algunas amargas, pero tuvo la fortuna de aprender cómo se conseguían las mejores manzanas.

Su restaurante, al que hizo famoso a fuerza de su personal estilo, estaba pegado a la estación de servicio Shell de Circunvalación y 26 y fue conocido así, como "el restaurante de Coco Mini". Por allí desfilaron clientes tan diversos que muchos años fue como un punto ineludible de encuentro de buena parte de la sociedad piquense. Políticos, funcionarios locales, provinciales y municipales, artistas hasta internacionales, periodistas, empresarios, comerciantes…

Se podría incluir una lista interminable de comensales que allí, al influjo de la atención de Coco, se sentían en el centro mismo de la escena más VIP. Y para Coco todos eran eso: personas muy importantes de su restaurante.

Nos ligó una amistad nacida de su parentesco con compañeros de trabajo entrañables que hoy son también nuestra familia, así es que pudimos conocer bastante al Coco extrovertido pero también al de la intimidad. Y así como trataba a sus clientes, trataba a los suyos.

Una inolvidable Navidad de un año que quedó para el recuerdo, compartimos un viaje a San Martín de los Andes para pasar allí las fiestas. Su yerno enganchó lancha para disfrutar los lagos y cuando fue a revisar que todo estuviera bien, se encontró que el piso de la lancha se había convertido en una verdadera despensa de los más ricos y abundantes comestibles. Porque otra cualidad que tenía es que era desmedido.

Los manjares que preparó fueron tan espectaculares como las anécdotas de sus ocurrencias y de su paso por el casino, sombrero, habano y vaso de whisky y generosas propinas a las mozas del lugar, que le brindaron toda su atención.

Y también su “cagazo” cuando hablando por handie de vehículo a vehículo, se le hizo creer que el guardia de Parques Nacionales había interceptado su comunicación… Y pedía sinceras disculpas, ahogado por los nervios, cual un chico pescado en falta.

Quienes lo conocieron saben con absoluta certeza que la vida de Coco fue una interminable sucesión de anécdotas divertidas. Le encantaba sorprender a sus comensales con platos de excelencia y una vez, su falta de conocimiento de una clienta le jugó una mala pasada.

Fue cuando Miguel Ángel Solá y su entonces compañera, la actriz española Blanca Oteiza, fueron a cenar en compañía del productor del espectáculo, el también actor Oscar Rodríguez, tras presentar en el Cine Pico la obra “El diario de Adán y Eva”, de Mark Twain.

Tras la obligada y ya pantagruélica  entrada, Coco llegó con un plato para sorprender a Oteiza. Un manjar de una carne cuyo corte dejó para adivinar. La actriz probó y no ocultó su sorpresa por el sabor y por lo tierno de la carne.

Pero cuando el chef le reveló que se trataba de carne de cordero nonato, abruptamente se acabó la camaradería y Oteiza no dejó de expresar su malestar y su incomodidad.

Al cabo de los años, fueron incontables las celebraciones del Día del Periodista que se concretaron en su restaurante y no hay colega que pueda desmentir que Coco se ocupaba de hacerles llegar las exquisiteces solicitadas y la bebida siempre en exceso más que canilla libre. Para todos siempre procuró lo mejor sin retaceos.

Habrá quien pueda creer que a su muerte se trate de obviar acontecimientos negativos. Nada más alejado. Nadie podrá decir que Coco Mini alguna vez hizo mal. Con su impronta, con su personalidad, fue un tipo que vivió para servir a los demás del mejor modo que él siempre creyó.

Frente a su partida, entonces, queda llegar con un fuerte abrazo a los suyos y como en su “metier” fue un verdadero artista, en el apagón final merece una despedida como tal: un estruendoso y sostenido aplauso para Coco!

Alberto Callaqueo