Imaginemos que este maestro está vivo entre nosotros y le escribe a nuestros jubilados, que ponen el cuerpo cada miércoles, uno de ellos yo misma, que aunque no marche soy Profesora jubilada con 33 años de servicio en la docencia y en trabajos comunitarios, que acompaña este reclamo con mi escritura, y que lucha contra cada injusticia cometida como puede. Desde aquí La Pampa.
Queridas y queridos compañeros:
Los veo marchar y no puedo dejar de pensar en la potencia transformadora de ese movimiento. No es nostalgia, no es que “alguna vez fuimos jóvenes” y hoy caminamos más lento. Es que el proyecto de vida continúa, y ustedes lo saben. Por eso están ahí, en la calle, con los bastones al ritmo de los bombos, con las caderas que duelen pero avanzan.
Marchan porque han comprendido que la vejez no es una retirada, sino una etapa más del proceso dialéctico de la vida. Porque la conciencia crítica no se jubila, ni el deseo de un país más justo. Porque, como decía en mis clases de psicología social, el sujeto se constituye en vínculo y en tarea. Y ustedes, jubilados organizados, son sujetos activos de la historia.
Dicen que ya dieron todo. ¿Quién lo dice? ¿Los que lucran con su pobreza? ¿Los que piensan que el saber se desecha como se tiran los objetos rotos? Ustedes no están rotos. Ustedes son memoria viviente, tejido social, experiencia colectiva. Marchan para recordar y para señalar, para decir: “Estamos presentes. No nos resignamos. No nos domesticaron.”
Sé que muchas veces, ante la marcha, aparece la represión. A veces con gases o bastones, a veces más sutil: con el desprecio, la burla mediática, el silencio informativo. La represión no es sólo el golpe; es también ese intento de quebrar el lazo social, de aislar, de hacer sentir que no vale la pena. Es la violencia simbólica que dice que protestar “no tiene sentido”, que la dignidad se negocia, que el tiempo de luchar ya pasó.
Pero ustedes muestran lo contrario. Se resisten a ser silenciados. Son el recuerdo encarnado de que los derechos se conquistan en la calle, y que el olvido también se combate con la palabra, con la marcha, con la risa entre compañeros, con la olla popular, con el cartel pintado a mano.
Recuerden siempre: la salud mental es también salud colectiva. Caminar con otros, luchar con otros, cantar con otros es también cuidarse. Es resistir al mandato de la invisibilidad. Y eso, queridos, es profundamente revolucionario.
No están solos. Cada paso que dan es también un paso de quienes vendrán después. Hay nietos mirando, aprendiendo que la dignidad no se entrega, que la memoria no se archiva. Que marchar es también amar.
Con admiración y ternura,
Enrique Pichón Riviére
Referencia: Pichón Riviere
Médico Psiquiatra y Psicoanalista argentino. Pionero de la Psicología Social.
(*) María Virginia Figal. Profesora y Psicóloga Social. Integrante de SADE, APPSA, Femimusas grupo coral y Revoviejas.