Su formación clásica académica obtenida en La Plata posibilitó que volcara sus conocimientos en numerosas generaciones de adolescentes. Al mismo tiempo rescató lo propio del lugar donde residió. Estudió la música folklórica de los grupos criollos y la de los descendientes de etnias de pueblos originarios.
Su interés por costumbres y creencias la llevó a recorrer la provincia de La Pampa y frecuentar el trato de pobladores lugareños, a tal punto de tener las que llamó “sus protegidas”; mujeres solas que con su ayuda solidaria vivieron un poco mejor. Escuchar sus relatos era y es descubrir a una investigadora y atenta observadora del quehacer urbano y rural. Las letras de sus zambas, gatos, chacareras, rancheras, milongas, nos hablan de la tierra donde vivió, de sus habitantes y sus costumbres.
“SU” tierra, como llama a General Acha, está ubicada en la provincia que ocupa “el corazón del mapa”; con una geografía poblada de caldenes y chañares. En Chacarera de La Pampa señala que es la tierra “aquella del indio…de las patriadas” y “de las aguas robadas”.
Su geografía muestra “medanales quietos”, donde suelen encontrarse vestigios de la cultura ranquel y medanales que, “como potrillos de arena”, mueve el “viento pampero”. Los pobladores rurales son el gaucho de a caballo con sus costumbres: el asado con cuero, la yerra.
Describe a su “querido” pueblo, que dice llevar “en su corazón y su sangre”. Su calle larga conduce desde la planicie al verde del Valle Argentino. Los “techos de rojas tejas” y “paredes muy blancas de la Escuela Hogar”, su iglesia de “eterna vigilia” se divisa desde la altura.
Menciona personajes del lugar, como la “chiverita” que parece extraída de un libro de cuentos infantil aquí es realidad; “su majada” suele “enredarse en algún jarillar”. Desde lejos “con su cielo azul soleado, se asemeja a “un cuadro en un valle encantado”. Por eso confesaba que esa zamba que titulara Zamba de mi pueblo la compuso para poder decirle “¡qué lindo que sos!”
Siempre quiso ver su cielo, su “puñau de estrellas”. Una cruz de “palo de piquillín”, especie muy común en la región pampeana; al decir “sentir la arena” que “quema los pies” señala la consistencia del suelo y la sensación de espacios amplios al aire libre que le permitían “gritar: aquí otra vez”, en La Pampa, a la que califica como “su gaucha provincia”. General Acha es su “pueblo natal”, con su Valle Argentino que le recuerda “los colores de una postal”. Cuando toma la decisión, exclama alborozada: “suenen guitarras” y afirma “me vuelvo a mis pagos”. Quiere estar nuevamente “al pié de las sierras de Lihuel Calel” y recorre la toponimia pampeana al mencionar lugares de la provincia: “el cerro de La Bota”, los “Cinco Jagüeles”, “El Odre”, Chacharramendi, La Japonesa, Cuchillo Có, laguna La Amarga, Pichi Mahuida y Curacó.
Sus comentarios sobre personajes pueblerinos solían tener cierta picardía. La letra de la chacarera La devota, nos muestra a aquella mujer que, rezando junto al lecho de su marido enfermo, pide “no que se salve”, sino que muera porque “era viejo” y su lugar sea ocupado por “un marido joven”. Por eso al ver a alguien en esa situación con rosario en mano, se pregunta “¿qué intenciones tendrá…?”
Otro personaje recordado con mucho cariño con una ranchera, denominada Viejita linda, es la de una “criolla”, una de las tantas que protegió, llamada Francisca Miranda viuda de Lencina. Chela la describe como mujer de coraje y decisión que guardaba en su ropero “un trabuco naranjero, por si el caso llega…”, en su habitación sobresalía una mesita con la estampa de Ceferino “rodeada de velas”; un “aroma a agua florida” colmaba el ambiente; unas cajas grandes contenían “yuyos y pomadas”.
Entre sus costumbres estaba la de comer “piche” que “doraba” en “asador cortito” y “adobaba con semillas de anís”. En su juventud también había sido “hachadora y esquiladora”, por eso la letra contiene un mensaje de aliento cuando sobrevino su vejez y sus fuerzas decayeron. Le pide “no afloje el tranco”, no “se me derrita”…y le agradece “ser como es…”.
la existencia del típico “Don Juan” suele darse en todo centro urbano; en este caso es el protagonista de una chacarera, muy picaresca, como El diplomado. Es el hijo “de la Clemencia” que se “ha diplomao”. Comenta la autora que, después de estudiar durante diez años, tiene un “título grandote” que obtuvo por “correspondencia”.
En la zamba “Zenona Antequera”, otra de sus protegidas, nos muestra a la mujer sufrida “carne de jarilla”, sobreviviente de “un tiempo que fue”; por eso la cataloga como: “reliquia y estirpe”, además de “pampeana y mujer”. Al relatar su historia comenta que fue cautiva del indio ranquel, igual que sus dos hermanas. Ella pudo evadirse y llegar a un Fortín. Escapó sola; siguiendo “senda larga…buscando la sombra”.
Otra zamba muy emotiva es: El Cura criollo. Se refiere al padre Buodo. Lo recuerda con su sotana gastada: “sombra de sotana”, “sombrero raído”, “tres mulas” y su “charré”, iniciaba su travesía “hacia un desierto de amor”.
Estos conceptos han sido tomados de trabajos publicados por la Licenciada en Historia Ruth Elena Cortina, en la revista CALDENIA, del Diario La Arena.
En conclusión, Chela ha demostrado con el análisis que se hiciera de las letras de sus composiciones, aunque la música no sea “sureña” totalmente, que el folklore pampeano tiene su propia identidad e historia. Nuestro deber es reafirmarla sin olvidarla.
(*) ex Fiscal de Estado de La Pampa, abogado, escritor y productor agropecuario de tercera generación.