Una problemática que vemos a diario en el consultorio de pediatría es la inquietud de muchos padres por la dispersión o desatención que ven en sus hijos. Comentarios como: “No me presta atención...”, “No se concentra cuando hace la tarea...” o “Se dispersa muy fácilmente...” son muy frecuentes por parte de los padres, en relación a niños de todas las edades.
Tanto en la infancia como en la adolescencia, la atención es una función cognitiva clave para el aprendizaje y la realización de muchas tareas. La dispersión o desatención no solo interfiere a la hora de aprender y fijar conocimientos, sino que también implica dificultades a la hora de encomendar tareas a los niños, por más sencillas que parezcan.
El medio ambiente y contexto actual en que viven los niños, representa un desafío para ellos. Porque los niños requieren tiempo, paciencia y presencia por parte de sus padres y cuidadores para un desarrollo armonioso, tanto de sus funciones cognitivas y emociones, como para el desarrollo de su personalidad.
Procesos como el aprendizaje y la crianza requieren por parte de los padres de estas cualidades, pero la realidad es que los adultos vivimos apurados, ansiosos, en piloto automático, con una agenda apretada y muy estresados. Y los niños son nuestro espejo.
Naturalmente, los niños se espejan en sus padres. Las neuronas espejo fueron descubiertas en ciertos sectores del cerebro hace años, y se asocian a la empatía y la capacidad de comprender el universo emocional de los otros, a través de su corporalidad y gestualidad. En los primeros años de vida, las neuronas espejo están muy activas, con lo cual, el niño vivencia como propio el universo emocional del adulto.
Cuando estamos frente a niños dispersos, desatentos, ansiosos o hiperactivos, vale que nos preguntemos: ¿Cómo está mi propio universo emocional? ¿Le estoy brindando una atmósfera de contención, calma y seguridad? ¿Estoy presente para él? ¿Le brindo tiempo de calidad? ¿Cómo gestiono mis emociones? ¿Soy paciente con él? ¿O vivo apurado, ansioso y desatento? La respuesta es obvia: salvando situaciones patológicas concretas, la mayoría de los problemas de dispersión y desatención de un niño, tienen relación con el entorno que lo rodea.
Vamos a brindar algunas recomendaciones para los padres:
1. Poco tiempo, pero de calidad: brindarles diariamente un espacio de escucha y presencia, en un contexto de calma y disfrute. Jugar con ellos, conversar un rato o simplemente salir a dar un paseo con el perro juntos.
2. Una tarea a la vez: esto vale tanto para padres, como para los niños. Enseñar con el ejemplo que el multitasking le roba efectividad a nuestro cerebro. Una tarea a la vez, con todo nuestro enfoque. Como expresa la filosofía zen: “cuando camino, solo camino…”.
3. Conectar con la mirada y con la corporalidad: es un hábito que mejora la asertividad al comunicarnos. Cuando des una orden o consigna a tu hijo, mirar profundamente y conectar desde la corporalidad, desde un estado de presencia.
4. Rutinas, hábitos y previsión: son tres aspectos que el cerebro del niño necesita para ir creando ese enfoque en las tareas cotidianas.
5. Inculcarles el hábito de la lectura: es la actividad por excelencia para promover la atención, enfoque y la concentración. Siempre comenzar leyendo juntos, hasta el niño desarrolle el hábito.
En síntesis, prestar atención es una función que debemos ejercitar todos los días en cada detalle, y que requiere cierta disposición. Cuando estamos frente a un niño desatento, en lugar de señalarle su desatención, vamos a preguntarnos: ¿Estoy prestando atención?
(*) Roxana Anahi Timo
Médica MN88956 - MP1543
Coach Ontológico
@dra.anahitimo