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  SÁBADO 23/02/2019
Murió Stanley Donen, el director de “Cantando en la lluvia”
Fue el artífice de algunos de los grandes musicales de la época dorada de Hollywood. Tenía 94 años.

Alguna vez dijo que había nacido para bailar. Pero no llegó a la cumbre de ese arte como figura de alguna compañía de danza, sino haciendo brillar a algunos de los mejores bailarines de toda la historia del cine en una serie de inmortales películas musicales, de esas que quedan en la memoria para siempre.

Le debemos ese arte a Stanley Donen, que falleció a los 94 años, según confirmó uno de sus hijos ayer al mediodía al diario Chicago Tribune. Donen dirigió junto a Gene Kelly “Cantando en la lluvia” (1952), una maravillosa historia musical que se asomaba desde el interior del cine a su propia historia (la transformación de la pantalla muda a las películas sonoras) y desde entonces se convirtió en favorita del público de todas las edades y todas las generaciones.

Pocas películas como ella merecen el calificativo de clásico. Y pocos directores como Donen lograron que buena parte de su obra extraordinaria en Hollywood merezca esa distinción. En la lista no podrían faltar Boda real (1951), con Fred Astaire y Jane Powell; Siete novias para siete hermanos (1954); Sinfonía del corazón (1954), con José Ferrer, y las otras dos obras que codirigió con Kelly: Un día en Nueva York (1949), su debut como realizador, y Siempre hay un día feliz (1955).

Donen, como pocos directores, supo hacer brillar más que nunca el talento de Kelly –que falleció en 1996 a los 83 años-, tanto actor como bailarín.

Nacido el 13 de abril de 1924, Donen fue bailarín desde los 10 años y debutó un año después en Broadway como integrante del coro infantil de la obra Pal Joey, precisamente protagonizada por Kelly. La amistad entre ambos se forjó desde allí y continuó durante toda la década siguiente como coreógrafo de las películas de Kelly. De allí surgió esa notable colaboración que pasó a la historia, sobre todo gracias a “Cantando en la lluvia”, una de los muchos aportes que hizo Donen al género en el estudio que cultivó por excelencia el arte del cine musical en Hollywood, MGM.

Ayer, al despedirlo, Variety destacó que ningún otro director (con la probable excepción de Vincente Minnelli) hizo una contribución tan grande como Donen en la definición estética, visual y narrativa de lo que significa llevar al cine el arte de los musicales. Basta con recordar la maravillosa escena de Boda real en la que Astaire arranca el baile en el piso y lo continúa en las paredes y en el techo de una habitación. Todo un prodigio de puesta en escena, mucho antes de la aparición de los grandes efectos especiales.

A toda su notable carrera en este género hay que agregar otras obras menores frente a las mencionadas, pero igualmente notables: Juego de pijamas (1957) y Lo que Lola quiere (1958), muestras de consolidación del talento de Donen para contar historias a través de canciones y cuadros coreográficos, con un toque especial para la comedia ligera.

La decadencia del musical no agotó el talento de Donen, que comenzó a incursionar con igual éxito en otros géneros, mezclando sofisticación, elegancia y misterio en medio del suspenso como la de Charada (1963) y dando rienda suelta al romanticismo de Un camino para dos (1966), ambas protagonizadas por Audrey Hepburn, y en el último caso ilustrada por una formidable banda musical de Henry Mancini.

El tramo final de la carrera de Donen fue ecléctico. Navegó entre la teatralidad de La escalera (1969), una curiosa adaptación de El Principito (1974), la ciencia ficción de Saturno 3 (1980) y su despedida, la gran comedia Échale la culpa a Río (1984), en la que Michael Caine se enamora de la hija de su mejor amigo. Increíblemente nunca tuvo nominaciones al Oscar y esa ausencia quedó compensada en parte con el premio honorario que recibió de la Academia de Hollywood en 1998. Con el adiós a Donen desaparecen definitivamente todos los grandes protagonistas de la llamada "Época de Oro" de Hollywood.

(Fuente: La Nación - Marcelo Stiletano)

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