Santiago Avendaño vivió entre los ranqueles durante la década de 1840 y en sus memorias describió al Nigillatun We Tripantu como una celebración que duraba cuatro días y que era organizada por el lonko o cacique, quien se encargaba de todo: coordinar las actividades, reunir los alimentos y la chicha, organizar el espacio, informar a los demás grupos de la fecha a través del envío de su werken (mensajero) y dirigir las ceremonias.
El sentido de este ritual se relaciona con el comienzo de un nuevo ciclo de la naturaleza, en relación al solsticio de invierno que comienza siempre a fines de junio. Precisamente todos los 23 de junio a la media noche se enciende el Kutral (fuego), que alumbrará a lo largo de toda la noche. Se baila el choyke purum, conocido como danza del avestruz ñandú (donde solo pueden participar los hombres), y la danza de la fertilidad.
Luego, los participantes se reúnen en torno al Rewe (lugar puro) hasta el amanecer del día 24 de junio. El Rewe es una construcción que simboliza el ombligo humano y la conexión de nuestra raza con la madre tierra. Se hace con un tronco de caldén de 2 metros, con cuatro peldaños donde se colocan distintos tipos de ofrendas.
El pueblo ranquel de La Pampa festeja el We Tripantu en Leuvucó. Leuvü significa río, y Có se traduce como agua; entonces la palabra es “agua que corre” o “agua de río”, y recibió esa denominación por una laguna ubicada en la ruta provincial Nº 105, unos 25 kilómetros al norte de la ciudad de Victorica. Allí, donde hoy está Leuvucó era donde se asentaban las principales tolderías ranqueles y donde actualmente están enterrados los restos del cacique Mariano Rosas.
Según la cosmovisión de este pueblo originario, a partir del 24 de junio notaremos que el sol nos brinda menos horas de luz pero es porque estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo ciclo solar que nos dará energía renovada.
Esta ceremonia es utilizada por los ranqueles para pedir que no falten alimentos, que sus familias no se enfermen, que los gobernantes tengan mucha sabiduría, que las parejas jóvenes casadas sean fértiles y para renovar su compromiso de cuidar a la Ñuke Mapu (madre tierra).
Cuando la ceremonia llega a su fin, las familias ranqueles vuelven a sus Rukas (casas), rebosantes de esperanzas al haber renovado el compromiso con la lucha pacífica reivindicatoria de su pueblo.