Con caras largas que lo decían todo, dirigentes del Partido Popular (PP), gobernante en España, murmuraban anoche el mazazo brutal que el retroceso de su partido en Cataluña le infligía tanto a la fuerza como a la estrategia del presidente Mariano Rajoy.
Era, para ellos, el peor de los escenarios posibles. No sólo porque el derrumbe en votos los redujo a poco menos que una fuerza testimonial, casi inexistente en esa estratégica región, sino porque, a pesar de todos sus esfuerzos, la impresión era que en Cataluña volvería a gobernar el independentismo.
Es decir, los mismos que ellos desalojaron del poder hace menos de dos meses.
Era tal el clima de emergencia en la sede del partido de gobierno que, a diferencia del resto de los partidos, nadie se atrevió a comparecer durante buena parte de la noche electoral.
Rajoy, que siguió la votación en la sede partidaria, convocó para este mediodía una "reunión de emergencia" de los principales barones de la agrupación.
"Moncloa tiene un problema serio con Cataluña" era anoche la expresión coincidente entre analistas. Sólo que el tono del mensaje se acentuó con el paso de las horas y la confirmación del derrumbe.
Con el cómputo casi finalizado, el escenario era el peor de los imaginados para el PP. De sus 11 diputados, perdía siete para quedarse sólo con cuatro. Tal vez, ni siquiera eso.
El colapso significaba perder el bloque propio. Es decir, una bancada con su sello, para conformarse con un papel secundario en lo que se llama "el grupo mixto", donde decantan las fuerzas que no llegan a cinco diputados.
Sólo que, en su caso, la posible convivencia es poco menos que inimaginable: le tocaría "compartir oficina" con los antisistema de la CUP, que también retrocedieron en votos. Es casi lo mismo que juntar a Montescos y Capuletos dentro de una cabina telefónica: cualquier cosa podría salir de allí.
Pero con ser grave, su pésimo desempeño como fuerza no es lo peor de todo, ya que como guinda para semejante pesadilla figura el hecho de que, tras la tormenta, todo indica que volverán a gobernar los mismos independentistas a los que Rajoy desalojó.
Anoche, mientras el PP se derrumbaba, los independentistas de Carles Puigdemont y de Oriol Junqueras se proyectaban como la fuerza mayoritaria.
Eso era lo que hacía del dolor de cabeza de la humillación electoral del PP una migraña insoportable. Era, nunca mejor dicho, hacerle "pito catalán" a la Moncloa.
"Ha sido el PP el que ha salvado a Cataluña", se jactaba hace sólo cuatro días la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. De esa forma, el propio partido se arrogaba las medidas de emergencia que aplicó en Cataluña no en soledad, sino con el apoyo de otras dos fuerzas que para nada sufrieron similar castigo.
Por el contrario, Ciudadanos y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) acompañaron activamente al PP en el difícil camino de disolver al gobierno independentista y aplicar una inédita "intervención" de Cataluña.
Nunca, en 40 años de democracia, se había transitado por esa vía de emergencia contemplada en la Constitución. Sin embargo, ninguno de los dos sufrió castigo en las urnas. Al contrario, Ciudadanos se convirtió en la primera fuerza y el socialismo catalán (PSC) lograba un avance, si bien modesto, al pasar de 17 a 18 parlamentarios.
El problema del PP en Cataluña es específico del partido y del gobierno que se ejerce desde la Moncloa. Lo ocurrido anoche golpea de lleno a Rajoy. Lo que no se sabe aún es cuáles son las consecuencias del golpe.
(La Nación)