La cuestión de la carpa empezó este verano cuándo con Algo estábamos atravesando una crisis de morondanga pero le poníamos garra a la morondanga. A mí se me ocurrió que yo estaba trabajando de mucama de él, por lo tanto y para evitar tal cosa propuse una pareja cama afuera para salvar lo que teníamos.

No teníamos para bancar dos casas y Algo no quería volver a lo de su madre ni andar yirando por casa de amigos; entonces improvisó.

Estuvo como ausente todo el día, ni un reproche, calladito, pero había ciertos movimientos que me estaban inquietando. Como no quería hablarle ni pregunté.

Para cuándo la curiosidad se apoderó por completo de mí ya era tarde, Algo estaba poniendo el televisor en la ventana mirando hacia fuera. Afuera me encontré con una carpa, armada a dos metros de la casa, con colchón, almohada, mantas, conservadora y control remoto: y ahí se instaló a vivir y a ver tele. En ese momento estaba poseído por los programas de filosofía de Darío Sztajnszrajber y José Pablo Feinmann.

Algo dormía ahí, se despertaba, se bañaba en la pelopincho y se iba a laburar.

A la semana me empezó a romper las tetas su actitud, se lo veía feliz. Aunque sabía que yo era culpable de la situación no estaba para reconocer culpa alguna pero su felicidad me hacía un ruido en la panza.

_ ¿Cuánto más vas a seguir así?, lo encaré y le pregunté un día.

_ Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros, Sartre, me contestó.

_ ¿Me estás boludeando?, insistí.

_ Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos, Nietzche, insistió.

_ ¿Ahora sos filósofo? Mirá que bueno, ironicé.

_ La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre, Nietzche otra vez.

_ No. Diógenes serás. ¡Mirá lo que es ahí adentro, la cucha de un perro!

_ Cuando estoy entre locos me hago el loco, Diógenes.

Mi madre llegó temprano, Algo había decidido dormir en la carpa para no tener que recibirla al arribo; se cagó de frío. No estaba tan feliz en su carpa como en el verano y entró a la casa temblando y enrollado en una frazada y 2 bufandas. Temí por su humor y por el de mi madre también; dos potencias estaban por saludarse.

_ Buen día Rosamonte, saludó Algo.

_ Amanda, corrigió mi madre.

_ Discúlpeme, siempre me hago lío con los nombres. Le pido disculpas desde mi nobleza gaucha.

_ Suele suceder, contestó mi madre que, por suerte, no había entendido.

“Que tiempo loco”, es lo único que se le ocurrió decir a mi vieja. Mala línea de diálogo teniendo en cuenta que Algo casi se había congelado.

_ Sí. Está bastante inestable de carácter, me sorprendió Algo por el sólo hecho de responderle.

_ Debe ser por la capa de ozono o el calentamiento global, siguió Amanda.

Algo se quedó callado esta vez cómo si no hubiese escuchado, cosas que hace habitualmente.

_ ¿Qué opinás?, tuvo que seguir mi vieja que no sabe cuál es el límite.

“No sé mamá”, me metí.

_ Le pregunté a él que opina.

Algo la miró por primera vez y le dijo: “Mire cruz de malta. Le contesto por cortesía pero si espera que siga hablando de tamaña boludez no cuente conmigo”

_ ¿Podés ser más amable?, le recriminé a Algo.

_ Lo intenté, te juro que lo intenté.

_ Pero…

_ Pero que no abuse de mi amabilidad.

Mi madre estaba extrañamente callada.

_ ¿Ves? Se quedó callada, no tenía nada interesante para decir, Algo aprovechó el silencio.

_ ¿Y vos tenés algo interesante para decir ser poco agradable para mi hija?, arrancó mi madre la original.

_ Siempre, igual me callo. Me voy a dar una ducha en honor a su llegada, llegó usted y cambió el clima. Algunas plagas más habrá traído, dijo Algo y se fue a bañar.

Mi madre empezó a reprocharme que yo siguiera con un tipo como Algo. No era un solo reproche, era un racimo de nuevas y viejas cuentas pendientes que siempre seguirían igual de pendientes.

Me concentré bien fuerte y cerré los ojos con la idea de desaparecer. No me salió.